El éxito estudiantil y deportivo que le prometen a muchos jóvenes puertorriqueños una vez completan su cuarto año de escuela superior se convierte, en la mayoría de los casos, en una frustrante condena: se quedan sin firmar en las Grandes Ligas y sin obtener una formación académica de calidad.
Por José M. Encarnación Martínez | Centro de Periodismo Investigativo
Puedes observar mucho con solo mirar –Yogi Berra
Un rifle no es un bate, pero con suerte, hay bates que se combinan con libros para evitar ese rifle. Para Edwin Calderón Santana el bate se convirtió en rifle y hoy agota los días de pandemia en un cuarto de Fort Lewis, una base militar en el estado de Washington. El soldado pone en pausa su rutina y hace memoria.
“Yo quería ser pelotero, ese era mi sueño desde pequeño”, asegura el chamaco de 24 años. Aprovecha la videollamada para profundizar en aquella circunstancia que considera superada. Concluye, así como regresando en el tiempo, que no estaría lejos de los suyos obligado por circunstancias económicas si hubiera sabido que aquella noche que le llamaron “colegial” por primera vez sería el principio de un cuento que hoy, a casi tres años de su “colorín, colorado…”, terminaría en engaños.
“Estuve un semestre en Morthland College, en West Frankfort, Illinois, y regresé a Puerto Rico. Al poco tiempo, me surgió una oferta nueva en Olive-Harvey College, en Chicago. Pero me lastimé y se acabó todo. Tuve que regresar nuevamente a Puerto Rico porque no podía jugar”, dice con ironía, mientras se da media vuelta y señala con orgullo una monoestrellada que lo acompaña en su habitación, como recordatorio de su nuevo sacrificio.
“Me prometieron transportación, comida, de todo… Pero llegamos allá y las cosas fueron diferentes. Hasta los mismos jugadores me negaban transportación. Eso me molestó mucho, porque me prometieron cosas y después nada de eso fue como me dijeron”, explica Edwin, que comienza a desmenuzar su pasado inmediato sin prisa, pero sin pausas.
Como a otros muchos peloteros boricuas, le vendieron un sueño cuando completaba la escuela superior: asegurar “estudios universitarios” en un “junior college”, en el marco del objetivo de lograr una oportunidad en el sorteo de novatos anual de las Grandes Ligas.
Hace ocho años, Edwin fue uno de nueve boricuas “afortunados” que obtuvo una beca luego de invertir sobre mil dólares en los servicios de Selective Recruiting (SR), una agencia con fines de lucro de Miami, Florida, que operó en la isla entre 2012 y 2015. SR, bajo la presidencia del notorio cazatalentos Joe Cubas – famoso por estar involucrado en importantes deserciones de peloteros cubanos, como las de los hermanos Liván y Orlando Hernández – tenía como propósito conseguir becas universitarias en instituciones de Estados Unidos para jóvenes de 16 a 18 años. Pero la entidad nunca cumplió con las obligaciones que impone la Ley General de Corporaciones (No. 164-2009), y el Departamento de Estado procedió a cancelar su certificado de incorporación, pues no sometieron un solo informe anual que detallara estados de situación financiera.
“Hay que ver bien las ofertas. Todo tiene que ser por escrito, nada verbal. A mí me dijeron muchas cosas de la boca pa’ afuera”, rememora Edwin sobre aquellas promesas de villas y castillas que lo hicieron decidirse por un college de dos años.
Según estudios del National Student Clearinghouse Research Center, menos del 40% de todos los estudiantes que ingresan a instituciones de educación superior de dos años en los Estados Unidos completan un título o certificado dentro de los próximos seis años. Hasta el 2012, el 11.5% de los que completaban el grado no lo hacían en la institución a la que ingresaron originalmente.
Edwin sería la primera generación de universitarios en su familia. Su talento para el deporte era natural. En el béisbol contaba con habilidades para defender cualquier posición en el cuadro interior y también en los jardines. Su velocidad era envidiable, al punto que participó de varios campeonatos escolares como corredor de 100 y 200 metros. Era de esos peloteros que terminaba con el uniforme sucio. De escuela superior, además, se graduó con honores. Él y su familia vieron en el béisbol una oportunidad para salir de la pobreza.
“Cuando llegué a Puerto Rico me fui a jugar Doble A Juvenil, pero necesitaba trabajar. Así que entré al Army, que se convirtió en mi segunda opción. Siempre mi papá me dijo que tenía que sacarle los estudios a la pelota. Y me fui [a un junior college en EE UU] con eso en mente. Firmar [como pelotero profesional] siempre fue un sueño. Entré a un programa de biología, pero se juntaron muchos factores. Desde lo más elemental, que es estar a pie, hasta hospedarme en una casa fuera del campus, que tenía 28 cuartos”, asegura sobre su estadía en Morthland College, de donde su hermano y al menos otros tres puertorriqueños con los que compartió equipo en el 2014, también se despidieron sin obtener un grado académico.
La institución cerró sus puertas en el 2018. Edwin ríe al enterarse y guarda un breve silencio.
Morthland College, que deportivamente operaba bajo la sombrilla de la National Christian College Athletic Association (NCCAA), cerró luego de que una revisión del Departamento de Educación de los Estados Unidos pusiera fin al acceso del colegio privado a la ayuda federal destinada a sus estudiantes. La Junta de Educación Superior de Illinois también tomó medidas contra la institución, después que el Departamento de Educación denunciara actividades “ilegales”, como el desembolso de fondos del Título IV a estudiantes no elegibles que fueron inscritos en clases en línea sin ser alumnos regulares.
“Yo diría que mi experiencia en ‘colegio’ fue como sobrevivir”, afirma Edwin, y con razón.
Según las estadísticas más recientes del Centro Nacional de Estadísticas de Educación, en junior college la tasa de deserción entre estudiantes menores de 19 años se duplica en comparación con universidades, con cifras de 38.5% y 15%, respectivamente. La tasa de deserción entre estudiantes hispanos, igualmente, muestra una diferencia marcada, con cifras de 40.6% en junior college y 21.4% en universidades de cuatro años.
A su regreso a Puerto Rico, Edwin se matriculó en la Universidad del Este, ahora Universidad Ana G. Méndez Recinto de Carolina. Pero las reglamentaciones de la Liga Atlética Interuniversitaria (LAI) le impusieron un castigo de “no participación por un año”, cosa que, como regla general, sucede con todo aquel que llega a Puerto Rico luego de pertenecer a un programa académico-deportivo estadounidense y desea continuar su carrera como estudiante-atleta en la isla.
“Mami no podía trabajar. Me metí al Army para ayudar a mi mamá”, recuerda, enjugándose unas cuantas lágrimas que le humedecen el rostro, como un lanzamiento rompiente que no ve venir.
Hoy, a sólo unos meses de partir hacia Alemania, Edwin es uno de esos peloteros puertorriqueños que no obtuvo ningún título o certificado en junior college. Dice que se siente cómodo en uniforme militar, pero reconoce que las cosas debieron haber sido diferentes y que le hubiese gustado evitar las botas para caminar con zapatos deportivos.
El Centro de Periodismo Investigativo (CPI) realizó una petición de información a la National Junior College Athletic Association (NJCAA) sobre cuántos peloteros de Puerto Rico reciben ayuda económica en programas de béisbol y qué tipo de becas reciben. Asimismo, solicitó información sobre cambios en programas académicos o tasas de reclasificación entre peloteros puertorriqueños, tasas de graduación y retención, tasas de deserción y sus causas, tasas de readmisión y números sobre transferencias de peloteros puertorriqueños a instituciones de la National Collegiate Athletic Association (NCAA).
Sin embargo, la NJCAA, a través de su vicepresidente y director de Cumplimiento y Elegibilidad, Brian Beck, comunicó que aún se encuentran trabajando en el desarrollo de una plataforma para recoger estadísticas demográficas que hagan posible un estudio sobre las métricas de éxito estudiantil entre los estudiantes-atletas.
De la comunidad a la “universidad”
A más de 3,500 millas del soldado, en Luquillo, Antonio “Tato” Robles reposa en las graderías abandonadas del parque de pelota de la comunidad Brisas del Mar. El veterano deportista recuerda que en estos días el programa de Pequeñas Ligas del pueblo cumpliría su 50 aniversario.
“Cuando comenzamos el programa de Pequeñas Ligas, lo hicimos porque había que hacer comunidad. Era una forma de que los niños y los jóvenes se desarrollaran por el camino correcto y terminaran siendo buenos ciudadanos. En aquel primer torneo, en 1971, los nenes jugaron en mahones y unas T-shirts que les conseguimos”, dice. “Pero eso fue cambiando. Llegaron los tiempos en los que los muchachos podían ir a estudiar a Estados Unidos jugando pelota, así que yo hice contactos en algunos colegios de dos años, particularmente en Indian Hills Community College, en Iowa. Envié a muchos muchachos a estudiar allá. Yo no cobraba un centavo por eso y creo que fue una gran aportación”, sostiene.
“Tato”, quien por más de tres lustros fue apoderado de los Cariduros de Fajardo en el Béisbol Doble A, reconoce que, si bien ir a un junior college puede representar una gran oportunidad para algunos, también puede ser una pesadilla. Sus ojos lo han visto.
“Recuerdo que una vez, un coach de los Mets de Nueva York y escucha de los Tigres de Detroit, Juan ‘Yunque’ López, me dijo: ‘Tato, no recomiendes para colegio a alguien por el corazón o porque seas amigo de los papás’. Él me decía que si esos muchachos lucían mal, le cerrábamos las puertas a los demás”, asegura “Tato”, mientras su hijo Tony, hoy dirigente de los Guerrilleros de Río Grande en la Doble A, lo escucha a su lado. Pide un turno.
El hijo de Tato reconoce que “muchas veces nos equivocamos por decir ‘ay, me fui a los Estados Unidos’”. Tony estudió en Chipola College, en Florida. Empezó en Terapia Física y el primer semestre le fue bastante bien, recuerda. Pero se le hizo difícil combinar los estudios en inglés con el tiempo que necesitaba el béisbol. Regresó, estudió en la Universidad de Puerto Rico en Humacao, donde ganó un campeonato de béisbol de la LAI en 1996 y completó sus estudios. “Con esto quiero decir que a veces es mejor quedarse aquí. Hay gente que, desgraciadamente, se lucra de esto, porque son números para ellos”, se persigna Tony.
Sigue. “Cogen a un muchacho, lo mandan para allá y le consiguen una beca. Y mucha gente paga por eso. Creo que es engañarse uno mismo y a los papás. Yo sé de muchachos que dicen que tienen beca y no tienen beca ninguna. Cogen préstamos, regresan y tienen que trabajar con esa deuda en las costillas. Y te estoy hablando de muchachos que hemos visto, que juegan Doble A y que muchas veces ese dinero que se ganan en los juegos es parte de lo que usan para sobrevivir por ahí”, sentencia con la seguridad de quien, por los pasados 25 años, ha visto cómo se bate el cobre en la pelota dominguera.
En el barrio Sandín de Vega Baja, a mediodía, don José Guzmán Torres rememora cuando su hijo pelotero pasaba hambre en Iowa. Dice que la familia apostó al talento del muchacho y que confiaron en la oportunidad de recibir una beca en una institución académica de dos años. Don José asegura que fue una gran equivocación mandar a su hijo a los Estados Unidos.
“Ese momento fue bien difícil para mí superarlo. Yo lo llamaba y me decía que estaba bien, pero no estaba bien. Pasó hambre. Después yo me enteré, a la larga, que él pasó hambre. En un momento dado llegó con muchas llagas en el cuerpo. Le pregunté qué era eso y me dijo: ‘no puedo ni lavar la ropa, no tengo dónde lavar ropa’. Fue bien difícil”, recuerda el padre.
En la tierra del Melao Melao, donde se desarrollaron Juan “Igor” González, Iván “Pudge” Rodríguez y otros muchos que crecieron combinando caña, playa y béisbol, don José trata de explicar el viacrucis de su hijo, quien luego de un año pasando necesidades en los Estados Unidos pudo regresar a Puerto Rico y terminar un bachillerato en contabilidad.
“Un padre pobre no tiene con qué ayudar”, dice. “Puedes conseguir un colegio, pero hay que estar mandándole chavitos. Nosotros mandábamos dinero todas las semanas y con todo y eso él nos decía que estaba bien, cuando no era verdad. Pasó hambre. Llegó hecho un bacalao aquí”, sigue recordando un padre que hoy asegura vivir más tranquilo, pues, a pesar de los retos, su hijo “está realizado y trabaja para el Municipio de Vega Baja”.
Cuando se le pregunta a don José por los que ofrecen becas para junior college, el comerciante del barrio se limita a hablar de “buscones”; personajes criollos que sacan provecho económico de los jóvenes en los parques del país. En la República Dominicana esos “buscones” son conocidos como parte de una industria clandestina para vender peloteros a las organizaciones de MLB.
Mientras en América Latina los “buscones” hacen noticia por explotar prospectos del béisbol desde los 12 años, en Puerto Rico el negocio se da vendiendo sueños de oportunidades de educación superior. Contrario al resto de los países latinoamericanos, los puertorriqueños tienen que completar escuela superior para ser elegibles en el draft. Don José asegura que en Puerto Rico también hay buscones “dondequiera, y lo que hacen es vendiéndole sueños a los peloteros” para que inviertan en algo que “solo es un negocio”.
Luego de un año en college, el hijo de don José terminó de estudiar en el Sistema Ana G. Méndez, donde no jugó béisbol de la LAI. Francisco ‘Fran’ Guzmán, de 26 años, practica hoy día en el parque de Sandín, donde Iván e ‘Igor’ jugaban los fines de semana cuando niños, el único pulmón recreativo que le queda a la comunidad.
Aquí sobrevive la cultura del béisbol, justo al lado de una cancha bajo techo que destruyó el huracán María y a solo unos metros de lo que fue la Escuela Rosa M. Rodríguez, un plantel abandonado que todavía exhibe la propaganda de Tus Valores Cuentan.
En este parque permanece intacta la sigilosa memoria del descalabro socioeconómico de Puerto Rico.
“Allá [en Ellsworth Community College] éramos 13 boricuas. Nos dijeron que íbamos a progresar. Recuerdo que vino el dirigente del colegio a verme lanzar aquí mismo. Te venden el sueño de que vas a jugar, pero viré en un año, porque también había bastante racismo. Y eso, que teníamos un coach boricua en el equipo. Bregó súper mal con nosotros”, cuenta ‘Fran’, hoy lanzador de los Tigres de Hatillo en la Doble A.
“De los 13 puertorriqueños, cuatro terminamos de estudiar y dos [de esos cuatro] lo hicimos regresando a Puerto Rico. Los otros dos lograron ir a NCAA y siguieron adelante en División 1”, continúa el pelotero que también es contador y que completó su cuarto año de escuela superior en la International Baseball Academy & High School, en Levittown, como parte de la clase de 2012.
Francisco reconoce que cuando se graduó de escuela superior recibió ofertas para jugar en la primera división de la NCAA, pero no tomó ese camino porque no dominaba el inglés y debía tomar el SAT, examen estandarizado para admisión universitaria en Estados Unidos, requisito que no era necesario para ir a junior college. Ir a una institución de dos años era lo más fácil.
“No tenía que coger el SAT. Yo fui con la idea de jugar, realmente. No sabía ni qué estudiar”, recuerda. Francisco se matriculó en un programa para formarse como Athletic Trainer. “Lo que estudia la mayoría de los peloteros que se van para college”, subraya riendo. Añade que ese año solo tomó un curso de primeros auxilios. Lo tuvo que pagar de su bolsillo. O más bien del bolsillo de su familia, que lo ayudó “porque la beca no era full”. Francisco se arrepiente.
“No todos en grado 12 tienen la mentalidad para tomar una decisión inteligente y no todos tienen el apoyo de sus padres, que en mi caso fue bien importante para poder terminar de estudiar contabilidad en Puerto Rico”, destacó.
Juan Ríos también está entrenando en el parque de Sandín. Tiene 25 años y hace unos días completó su bachillerato en ingeniería en el Recinto de Mayagüez de la UPR. En unas horas, tendrá su primera entrevista de trabajo. Sostiene que le debe sus estudios al béisbol, pues fue becado como atleta cuando comenzó a estudiar en la UPR de Arecibo y luego de hacer posible un traslado al RUM pudo completar su grado libre de deudas, “gracias a la pelota”.
Juan tenía ofertas de varios junior colleges, pero optó por permanecer en la UPR al ver cómo le iba a su primo Francisco Guzmán en Iowa. Decidió quedarse en Puerto Rico y aprovechar una beca completa. “Y me funcionó”, manifiesta, destacando las ayudantías que, aunque fueron un apoyo, ya pasaron a la historia, pues la UPR duplicó los costos de matrícula y redujo un 50% las exenciones deportivas, entre otras.
“He visto a muchos amigos que se fueron [a college] y así mismo regresaron, sin nada. Le debo mucho a mi familia, porque sin esos consejos quién sabe lo que hubiera pasado”, puntualiza el ingeniero agrimensor, que se reporta al equipo de la Playa de Sandín, subcampeones nacionales del pasado torneo del Béisbol Clase A.
El boxscore de este partido, sin embargo, tiene estadísticas más complejas.
Mercado de sueños
Omar Rosado se describe a sí mismo como un reclutador de talentos, cuyo “objetivo” es “ayudar a jóvenes sin recursos”. Para ello, puso en marcha O.R. College Baseball Scouting, organización que, según consta en el registro de corporaciones del Departamento de Estado, es sin fines de lucro, pues a través de “donativos” busca ofrecer consejería a jóvenes atletas en el proceso de reclutamiento a nivel universitario en Estados Unidos.
“Nosotros le damos la oportunidad al pelotero de poder ser visto en nuestras plataformas por todos los colegios”, dice Rosado con mucha seguridad desde su vehículo, donde se conectó en videollamada.
“Comenzamos hace cinco años para ayudar a jóvenes sin recursos. Creamos una herramienta donde chicos entran a dos plataformas [digitales] que tenemos para que así sean expuestos a diferentes coaches de colegios, ya sean de universidad de dos años o de cuatro años”, añade. El registro de su corporación en el Departamento de Estado, sin embargo, aparece con fecha del 29 de julio de 2019. Según dijo, antes “estaba, como dicen por ahí, por debajo de la mesa en cuestión de los ingresos y esas cositas”.
Rosado asegura que en cinco años ha conseguido ubicar a sobre 450 peloteros en instituciones de los Estados Unidos. Habla con orgullo del evento O.R. Puerto Rico Showcase, iniciativa que en su primera edición envió a los Estados Unidos a 50 de 114 peloteros participantes, según informó. A finales del 2020 Rosado espera celebrar una tercera edición de este evento en la que anticipa la visita de sobre 30 coaches.
“En los primeros dos años que yo comencé en el proceso de reclutamiento y ayudando a peloteros, solamente pude colocar [en instituciones académico-superiores de los Estados Unidos] entre 30 a 50 peloteros al año. Mucha gente piensa que esto es un proceso fácil, pero esto es un proceso en el que uno tiene que crear una credibilidad con los coaches”, prosigue Rosado.
Trabajar un caso de un pelotero que quiera ir a colegio desde Puerto Rico tiene un precio, advierte. “Puede fluctuar entre $400 a $800. Para comenzar el proceso, el pelotero tiene que dar un primer pago. Porque para yo presentarle el pelotero a los coaches, tengo que hacerle un vídeo al pelotero y eso lo trabaja otra persona. Es tiempo que hay que pagárselo a la persona del video. Una vez tenemos el video, lo recomendamos”, continúa, añadiendo que todas las ofertas se encuentran disponibles en su página web.
O.R. College Baseball Scouting ofrece tres paquetes en su portal cibernético. El primero incluye orientación, beneficios de reclutamiento, entrada a un showcase, la elaboración de un video y consejería atlética, a razón de $500. El segundo combo ofrece los mismos servicios, aunque por otros $100, incluye consejería académica, un plan personalizado para el reclutamiento y un video “elite”. El tercer plan tiene un costo de $800 e incluye una red completa de reclutamiento que promete un enfoque personalizado, así como “asesoramiento” atlético y académico.
Rosado asegura que su organización sin fines de lucro es un éxito, aunque al momento no cuenta con un informe estadístico ni documentación detallada que respalde su alegación.
“El pelotero lo tiene detallado en nuestra página web: videos, plataformas, un arte que le creamos cuando termina el commitment… No solo es conseguir un commitment, se lo anunciamos en las redes y el pelotero puede sentirse contento y agradecido”.
Rosado menciona que también trabaja casos de estudiantes en República Dominicana, Panamá y Colombia. Asegura que es un trabajo fuerte que consume mucho tiempo, aunque dice que no vive de esto.
“Yo tengo un personal, un infield coordinator, un trainer, una persona que maneja la papelería, una persona para las redes sociales, las fotos, los videos… Sin el apoyo de esas personas, no tendríamos éxito. Esto conlleva mucho tiempo, es un trabajo 24/7”, puntualiza el hombre que figura como presidente, secretario, vicepresidente, tesorero, subsecretario y subtesorero de O.R. College Baseball Scouting, según el registro de corporaciones.
El juego de la incertidumbre y el desconocimiento
Carlos, que en realidad tiene otro nombre, confía en su talento. A sus 18 años, ya probó lo que es ser colegial durante el pasado torneo de la NJCAA, pero no estuvo satisfecho con la experiencia académico-deportiva y buscó un segundo college para mantener viva su esperanza “universitaria” en los Estados Unidos. Para lograr esa misión, asegura haber pagado $400 a O.R. College Baseball Scouting y ahora espera por conocer cuándo se debe reportar con su nuevo equipo. Aún con las interrogantes, aguarda por buenas noticias para superar el ambiente de incertidumbre que, según él, ha generado la pandemia.
“En colegio tú aprendes muchas cosas, incluyendo el inglés, que es algo básico. ¿Me entiendes?”, dice Carlos, quien está en pleno acondicionamiento físico durante el mes de junio. “Hay que ir a colegio, porque es bueno”, añade confiado y orgulloso de pertenecer a un programa de estudios técnico en el que todavía no ha tomado un solo curso de su concentración.
Según el Centro Nacional de Estadísticas de Educación, más del 40% de los estudiantes que asisten a colegios comunitarios en Estados Unidos son matriculados en, al menos, una clase “remedial”, que pretenden preparar al estudiante para una complejidad académica para la que no está debidamente preparado. Por ejemplo, cursos de matemáticas o inglés como prebásicos, antes de dar paso a los cursos de concentración.
Las clases remediales se cobran como un curso regular en la matrícula y le permiten a estudiantes como Carlos jugar béisbol, aunque no adelantan los créditos de su grado.
Contrario a Carlos, Manuel aguarda para experimentar por primera vez la vida colegial en una institución de dos años en los Estados Unidos. Este verano se graduará de cuarto año y dice que su meta es firmar como pelotero profesional. Se decidió por un junior college porque en O.R. Baseball Scouting le dijeron que eso era lo mejor. Y está contento, pues quiere estar en las Grandes Ligas.
“Me dijeron que [los junior colleges] son mejores, que son más baratos y que últimamente exponen más a los jugadores”, dice, sin saber que los datos evidencian lo contrario.
En la última década, la mayor cantidad de jugadores seleccionados en el draft desde instituciones NJCAA se registró en la edición de 2010, con 175. Nunca se han seleccionado más de 175 peloteros procedentes de NJCAA en un sorteo de novatos de MLB a un máximo de 40 rondas (1,200 selecciones). Desde el draft de 1981, aproximadamente dos tercios de todos los jugadores seleccionados que han firmado contratos profesionales a nivel de los Estados Unidos han sido productos de instituciones de cuatro años.
“Yo pagué como $250 por la exposición, pero Omar [Rosado] bajó el precio”, añade con júbilo Manuel, que a la vez dice estar confundido porque, a pesar de las orientaciones que ha recibido en el proceso, todavía no le queda claro en qué división de la NJCAA jugará.
Pablo, entretanto, asegura al CPI que el año pasado le fue “espectacular” en su primera experiencia como jugador colegial, aludiendo a su producción deportiva en una institución que compite en la tercera división de la NJCAA. Ahora se trasladó a una segunda institución, pues dice que en la que estaba no había mucha seriedad en el programa deportivo y no veía mucho futuro. Afirma haber pagado $150 a O.R. Baseball Scouting para conseguir un segundo college.
“Yo no miento con esto. Me cambié porque realmente no era lo que yo quería. Si uno no quería ir a las prácticas, no iba”, dice con timidez. “No sé si esta oportunidad será mejor, pero uno tiene que arriesgarse. El colegio lo hace uno”, declara, al precisar que el nuevo colegio también es parte de la tercera división de la NJCAA, nivel donde no existen becas por habilidades atléticas.
De acuerdo con ScholarshipStats.com, portal que recopila datos estadísticos de múltiples fuentes, incluyendo la Asociación Nacional de Atletismo Intercolegial (NAIA), la NCAA y la NJCAA, los colegios y universidades otorgan más de $3,000 millones en becas deportivas cada año. La mayoría de las becas no son completas, solo cubren una fracción de los gastos universitarios y no garantizan un grado libre de deudas.
Años perdidos
Desde la sala de su hogar, en algún rincón de la costa oeste de los Estados Unidos, el primer dirigente puertorriqueño en las Grandes Ligas, Edwin Rodríguez, habla como quien sabe. En videollamada, el veterano del béisbol dice que el método de reclutamiento de peloteros boricuas para junior college es una bomba de tiempo.
“Es crítico, y yo diría que hasta trágico”, sostiene enérgico el expiloto del Team Rubio. “No solamente están entrando a programas atléticos donde tienen limitado tiempo de juego, sino que la preparación académica tampoco va afín con sus planes. Terminan dos años en estos junior college y tienen dos años académicamente perdidos”.
De acuerdo con el dirigente de los Chihuahuas de El Paso, filial Triple A de los Padres de San Diego en las ligas menores, la tragedia comienza con la falta de orientación responsable y la carencia de opciones reales. Eso, a su modo de ver, desemboca en la toma de una vía inefectiva para los puertorriqueños, no solo para completar un grado académico, sino también para llegar a las Grandes Ligas.
Según el portal Baseball Reference, entre peloteros que han firmado como profesionales a partir del 2000, solo ocho jugadores nacidos en Puerto Rico han jugado al menos un partido en las Mayores tras ser seleccionados en el sorteo de novatos como estudiantes de junior college. Solo uno, Willie Collazo, aparece como seleccionado de una universidad de cuatro años luego de transferirse desde un junior college.
“Parece que nadie está prestando atención. Existen mercaderes que se aprovechan de esta situación y de esta desesperación de padres y jóvenes, y les venden sueños por cierta cantidad de dinero”, advierte Rodríguez. Añade que muchos junior college no tienen un interés que no sea financiero. Dice más. “Ahora mismo, si me das diez minutos, yo puedo conseguir diez becas en junior college. Eso lo consigue cualquiera. La calidad y la fortaleza de esa beca, lo productivo, eso es lo que está en cuestionamiento”, asegura.
El coach se refiere a que hay dirigentes que son contratados “para que monten un equipo para ganar y hacer del conjunto un atractivo para que la matrícula (del college) aumente”. Rodríguez no vacila con el planteamiento de que son pocos los dirigentes de junior college que se preocupan por el desarrollo académico de los muchachos. Casi con las mismas palabras que Edwin Calderón Santana, el pelotero que ahora es soldado para ayudar económicamente a su familia, puntualiza que “la filosofía es enfocarse en ganar juegos, porque si no ganan juegos, el valor [de la institución] disminuye”.
Rodríguez considera que puede haber una solución para esta crisis. Entiende que la LAI y el Departamento de Recreación y Deportes (DRD) cuentan con las herramientas administrativas para cambiar las cosas a favor de los jóvenes. Propone trabajo en conjunto para mejorar la oferta académico-deportiva a nivel universitario en Puerto Rico. Habla de que la tendencia en MLB es firmar al pelotero colegial [de instituciones de cuatro años] y dice que el prospecto de escuela superior es menos atractivo para los equipos.
“Es decir, si en Puerto Rico el programa colegial [LAI] es inexistente, el programa de escuela superior es inexistente, se acortan las rondas del sorteo de novatos y disminuyen equipos de liga menor, pues no somos atractivos”, denuncia, profundizando el hecho de que ninguno de los peloteros reclutados desde 2013 procedentes de una institución académica en la isla ha debutado en las Grandes Ligas.
El dirigente informó que desde el 2017 está discutiendo con la LAI un plan de acción junto a la Asociación de Jugadores de las Grandes Ligas y MLB. La iniciativa busca aumentar a no menos de 30 juegos el torneo de béisbol universitario en Puerto Rico y que MLB apoye económicamente los programas participantes, incluyendo cobertura de gastos de transportación para estudiantes, talleres para entrenadores y equipo de juego. La idea, de acuerdo con Rodríguez, es crear estructuras en la isla para que los jóvenes reciban una educación universitaria de calidad mientras juegan pelota.
El comisionado de la LAI, Jorge Sosa, explicó al CPI que la organización no acepta el apoyo de MLB, porque los estudiantes perderían tiempo de estudio, pues “no todas las universidades tienen parque y son 16 las que juegan béisbol”.
“Tenemos que jugar en parques públicos y nos ponen la cortapisa de que tenemos que jugar sin prender las luces [de los parques municipales]. Y yo no le quito tiempo lectivo a los estudiantes”, dijo Sosa.
Rodríguez, sin embargo, discrepó de la posición de Sosa y reconoce que le preocupa la inacción en el marco de un sorteo de novatos de las Grandes Ligas que, por razón de la pandemia, se redujo este año de 40 a solo cinco rondas. Es decir, que las 30 organizaciones de MLB se repartieron 160 peloteros en lugar de los más de 1,200 que ordinariamente son seleccionados. Al cabo de las cinco rondas, que concluyeron el pasado 11 de junio, ningún pelotero desarrollado en Puerto Rico fue escogido.
Este año, de los 160 peloteros seleccionados en el draft de MLB, dos terceras partes eran egresados de universidades de cuatro años, al tiempo que solo cinco provinieron directamente de un junior college. En Borinquen son más los peloteros que firman con una organización profesional luego de completar su cuarto año de escuela superior que los que lo hacen con un grado académico superior.
“La LAI no es atractiva para las organizaciones de Grandes Ligas ni para los jóvenes. Apenas se juegan ocho o 12 juegos”, insiste Rodríguez, añadiendo que la calidad de juego no vale la pena para los evaluadores de talento. “Y estamos viendo cómo se disminuyen las oportunidades al nivel del béisbol profesional, cómo se disminuyen oportunidades a nivel académico en Estados Unidos y las opciones de Puerto Rico son casi cero. ¿Y qué van a hacer los muchachos con diploma de escuela superior y que tienen en mente seguir practicando el deporte? Se van a anular”, afirma.
Segunda mitad del noveno
Al momento, Víctor Caratini y Roberto Pérez son los únicos boricuas con experiencia en junior college activos en las Grandes Ligas. Caratini acaba de enterarse que en unos días deberá reportarse con su equipo, Cachorros de Chicago, ya que MLB pondrá en marcha una temporada reducida a 60 juegos, a partir de la última semana de julio. El pelotero de 26 años coincidió con los planteamientos de Edwin Rodríguez sobre las becas colegiales y resaltó la importancia de mirar críticamente la educación de los peloteros.
Él fue uno que tropezó con varias piedras en el camino por falta de orientación: tras no ser seleccionado en el draft de 2011, perdió una oportunidad académica en Suthern University. Aún así, se reivindicó jugando en torneos juveniles en la isla, hasta que un conocido le ofreció una oportunidad en Miami Dade College. Los Bravos de Atlanta lo seleccionaron en el draft de 2013.
“Otro punto clave en este tema es que hay muchachos que no saben hablar inglés y van a un junior college para terminar cogiendo clases para aprender inglés. Aunque te dejan jugar cogiendo esas clases, el detalle es que no puedes transferirte a una universidad de cuatro años, porque te puedes quedar corto con los créditos”, reflexiona Caratini desde su casa en Coamo, y pone en contexto el problema de los cursos remediales, a los que hicimos referencia anteriormente.
Pero son muchas cosas las que pueden jugarle en contra a la juventud. El grandesligas reconoce que su caso es una excepción a la regla, por lo que habla claro y preciso, como si estuviera en el parque dando señales desde la receptoría. También habla de los “buscones” en Puerto Rico.
“A mí me molesta esto. Hay muchos buscones, mano, que le venden sueños a los padres y a los niños”. Añade que es importante reconocer que son varias ligas a nivel universitario, diferentes organizaciones y distintas conferencias con niveles académicos y deportivos muy variados. Afirma, además, que esos detalles se tienen que analizar con responsabilidad antes de tomar una decisión.
Caratini comienza a jugar con la memoria.
“Por ejemplo, aquí en mi pueblo enviaron a unos chamaquitos para New México, a una academia militar. Ellos tenían que hacer la rutina de la milicia todos los lunes y los chamacos estuvieron un semestre, viraron y se quedaron aquí [en Puerto Rico]. A ellos les vendieron el sueño de que iban a colegio”.
El receptor de los Cachorros habla por lo que vivió y por lo que sigue viviendo en la cultura del béisbol. Aprovecha para ofrecer una recomendación: “hay que buscar la mayor información de la universidad o el college… porque así uno evita encontrar una realidad distinta a la que ofrecen”. No obstante, reconoce que es un proceso delicado, “porque no todos tienen los recursos ni el apoyo de la familia”.
Al menos cinco puertorriqueños que no fueron seleccionados en el draft del 2020 firmaron acuerdos profesionales con organizaciones de Grandes Ligas este verano. Recibieron bonificaciones conforme a lo negociado por la Oficina del Comisionado de MLB y la Asociación de Jugadores en el marco de la pandemia: todo jugador no seleccionado en las cinco rondas del draft podía ser contratado por una suma máxima de $20,000.
Solo un boricua no drafteado, Jean Carlos Correa (hermano de Carlos Correa, estrella de los Astros de Houston y primera selección del sorteo de novatos en el 2012), firmó tras completar estudios universitarios en una institución de cuatro años. Luego de comenzar su carrera universitaria en Alvin Community College, el intermedista se graduó de Lamar University, en Beaumont, Texas. Al mismo tiempo, el joven Steven Ondina rechazó una oferta de $850,000 de los Indios de Cleveland en el draft. Prefirió una beca en Florida International University y probar suerte en el sorteo de novatos del 2023.
Según Baseball America, en el 2019 los equipos de Grandes Ligas se combinaron para invertir $79.2 millones en bonos de firma para jugadores reclutados en las rondas del draft que fueron eliminadas este año (de la 6 a la 40). Eso representa un promedio de poco más de $2.64 millones ahorrados por equipo si comparamos el escenario de 2019 con el de 2020, que tampoco contará con torneos de liga menor.
En esta entrada, sin embargo, no queda claro si Puerto Rico lo que se juega es el éxito estudiantil o el deportivo. Los peloteros puertorriqueños pierden sin buena dirección. Al asumir el turno al bate, luego de terminar la escuela superior, se ponchan con los ojos fijos en la pelota del profesionalismo o haciéndole swing a ofrecimientos universitarios que no están en la zona de strike. Desde las gradas, se puede observar mucho con solo mirar.
Esta historia es resultado de una beca del Instituto de Formación Periodística, con el apoyo de la Fundación Segarra Boerman y la Fundación Angel Ramos.
José M. Encarnación Martínez es miembro de Report for America
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